Planet of the Humans: la polémica
El revuelo suscitado por la película-documental Planet of the Humans supone un reclamo evidente para quien no la haya visto. Si se trata de una llamada a la acción, una estrategia de márquetin o una simple provocación, ciertamente consigue su objetivo. Que no es otro, a nuestro entender, que fomentar un debate sobre su contenido o su pertinencia.
A partir de las primeras impresiones de nuestro compañero Fernando García, en Red de Transición organizamos un cine-fórum “confinado” en torno a esta última polémica.
Aprovechamos para ello un enlace de acceso gratuito en la plataforma Youtube que permitió acceder temporalmente a su contenido completo de una manera gratuita. Tras su visionado, debatimos sobre la última película de Michael Moore como productor.
Made in Michael Moore
Porque no cabe duda de que nos encontramos ante un producto Made in Moore. La dirección de la película y la composición de la banda sonora corresponden a Jeff Gibbs. Sin embargo, su estructura, su desarrollo y algunos de sus recursos recuerdan inevitablemente al autor de la aclamada Bowling for Columbine. Este detalle representa en sí mismo una de las primeras críticas que se puede realizar. Tras dos décadas en las que el cine documental ha vivido una etapa esplendorosa, especialmente en aquellas películas dedicadas a la sensibilización medioambiental, ¿nos encontramos ante un modelo agotado? Esta podría ser una conclusión probable a tenor de todo lo que se ha escrito sobre la misma.
“Las energías verdes no nos salvarán”
Pero no es este el mayor reproche que se puede hacer a la misma. A pesar de los esfuerzos propios para la verificación de los datos expuestos en la película, se ha acusado especialmente al productor de presentar datos desfasados provenientes de las fuentes citadas. Ciertamente, se trata de un problema que afecta a la primera mitad del metraje, dedicado a desmontar las bondades de la “industria de las energías verdes”.
No es nuestra intención refutar o no esos datos (para eso están disponibles fuentes mucho más autorizadas). Queremos señalar, más bien, una evidencia que nos resulta obvia: no es posible mantener el nivel de consumo de energía actual sin sacrificar los recursos naturales de este planeta. Esta afirmación es sostenida por dos escenas, al principio y al final, sobre las dudas que plantea el suministro energético de dos conciertos musicales. “Las energías verdes no nos salvarán”, es la conclusión de esta primera parte de la película.
Un giro inesperado
Esta idea, que podría haber sido suficiente para desarrollar alternativas tras esta primera fase de denuncia o provocación, queda desplazada por un sorprendente giro de guión. A la explicación de por qué continúan vigentes determinadas creencias acerca de la bondad de esta industria energética, surge un “inexplicable” aval científico en forma de entrevista con un psicólogo y las opiniones de algunas personas entrevistadas, sobre cómo se asientan y mantienen determinados tipos de creencias acerca de estos temas.
A ello se le superpone otro argumento, el de la sobrepoblación, que supuestamente justifica el título de la película y que apenas es desarrollado con algunos comentarios a lo largo del documental. Aquí es donde falla a nuestro juicio el objetivo del director, a lo que no ayuda para nada el montaje final.
Lo inconcebible
La imposibilidad de un crecimiento económico sostenible fundamenta los movimientos decrecentista y de transición. Sin embargo, esta idea apenas es considerada en la película (de hecho, se abrió un debate interno en nuestro cine-fórum sobre si se había realizado una alusión explícita a este concepto).
La duda en torno a la capacidad del público norteamericano para aceptar una idea que constituye un rechazo frontal al estilo de vida imperante parece motivar esta duda y busca otras vías para justificarse. No en vano uno de los recursos que más le han servido al productor en sus películas para reforzar sus argumentos ha sido la parodia (sea en formato de dibujos animados o de película propagandística). En este caso, como en otros, parece subyacer la infantilización necesaria para transmitir ciertos contenidos.
Sin alternativas
Y aunque se consigue el efecto deseado (desacreditar la supuesta sostenibilidad de la industria energética verde), no continúa con la presentación de una alternativa plausible. ¿Un estilo de vida más sencillo? ¿La renuncia a privilegios económicos o sociales? No, la respuesta es que hay demasiada gente en este planeta. Pero lo peor no es eso. Después de tirar la piedra, esconde la mano. Se provoca, pero no se sostiene la provocación para llamar a la acción del público potencial. Es más, tras este volantazo vuelve a cambiar el sentido del documental sin mayores explicaciones. Pierde una oportunidad de presentar al público una alternativa viable y muy posiblemente sostenible sin necesidad de esconderla o camuflarla. Hubiera sido más fácil con un lacónico “¿Transición? Sí, gracias”.
Caricatura y autocrítica
Podría ser que sus responsables no confían demasiado en la respuesta esperada. Porque mención aparte merece uno de los temas que más ataques han sufrido Gibbs y Moore, la crítica hacia cierto sector del activismo social y ecologista que en EE.UU suele definirse como liberal y que en Europa y en España recibe calificativos menos agradables.
Concretamente, del retrato ingenuo y casi infantil que se realiza de algunas personas y organizaciones reflejadas en algunas escenas. Tampoco es algo nuevo y no debiera sorprender demasiado. ¿Existen planteamientos pseudocientíficos entre activistas y organizaciones afines? Sí. ¿Algunas personas pueden ser especialmente ingenuos o utópicas? Evidentemente.
Pero cuando en una de esas escenas se deja entrever esa ingenuidad, ¿alguien puede sorprenderse de que un grupo de jóvenes durante su etapa universitaria puedan defender acríticamente planteamientos que en el futuro hagan que se sonrojen? Si esto es así, entonces se puede justificar que Moore se haya convertido en un inesperado aliado para la derecha alternativa de su país.
Si en realidad se trata de una mera provocación, puede ser un buen ejercicio para la autocrítica de cierto sector del activismo cómodamente instalado en su parcela de verdades absolutas.
Así parece traslucirse de la advertencia de Vandana Shiva en esta parte del film cuando reconoce que en ciertos temas pueden “alimentarse ilusiones” en las mentes de muchas personas. En realidad, no se trata de algo que deba desanimar a quienes se sientan reflejadas en esas palabras. Más bien debería preocupar a quienes no sean conscientes de la necesidad de un cuestionamiento crítico (que no fustigamiento) sobre los fundamentos y el impacto de su activismo.
Planet of the Humans: el agotamiento de un modelo
Más allá de estos temas que han centrado la negativa acogida del documental, el agotamiento del modelo de Moore se advierte claramente en las escenas finales. Los giros consecutivos a lo largo de todo el documental desembocan en una llamada de auxilio sobre la amenaza que supone la deforestación.
La pérdida de biodiversidad o la amenaza para la supervivencia de los hábitats para las especies animales es un tema merecedor en sí mismo de un documental. Más ahora si cabe, al cobrar un inusitado protagonismo como posible causa vinculada al surgimiento de la actual pandemia.
Pero aquí se convierte en un recurso efectista y con una imagen final que sobrecoge e irrita al mismo tiempo. Sobrecoge porque revela una realidad dramática e impune e irrita porque se advierte claramente el intento de manipulación emocional al que el director nos conduce.
El mensaje final, a pesar de su vigencia, parece quedar en un segundo plano tras el último golpe de efecto. Anuncios publicitarios de ONG han conseguido el mismo impacto con un par de minutos de duración. Si ese era el objetivo, la inversión necesaria ha excedido el resultado pretendido.
Después del visionado…
Las sensaciones que deja el visionado de esta película documental son ambivalentes. Por un lado, porque vuelve a poner sobre la mesa las miserias del modelo neoliberal que en varias ocasiones ha denunciado Moore con otros documentales.
Que grandes empresas multinacionales y filántropos puedan manipular o cooptar a activistas y organizaciones en sus protestas no es ninguna novedad. Revelar de manera rigurosa las conexiones existentes entre el mundo de la política y la industria “verde” tampoco. Aunque solo sea para hacer caer del pedestal al oscarizado y otrora venerado Al Gore, al desvelar su propia “verdad incómoda”. Cabe pensar que si Gibbs se hubiera limitado a esta labor de denuncia, la película hubiera cumplido su función a la perfección.
Aunque en lo que realmente falla es en la acumulación de temas con un montaje confuso que a pesar de algunos aciertos, no salva el conjunto. Y aunque se trata de un producto destinado al público estadounidense, no deja de sorprender cómo algunas reacciones en Europa y en España se asemejan demasiado a las del otro lado del charco. Quizás este momento caótico, totalmente incierto y polarizado no invita al optimismo ni a responder creativamente frente a una provocación directa. Porque de otra manera, se podría disfrutar mucho más de la ironía que recorre toda la película.
Planet of the Humans: colofón irónico
Ironía es titularla Planet of the Humans recurriendo a la misma tipografía empleada para el clásico Planet of the Apes de 1968.
Ironía es que, a pesar de su desgarradora defensa de los simios en las escenas finales del documental, su estilo más bien infantilizado coincida con el de la fuente original de esta película. Que no es otra que la distopía francesa de título homónimo publicada en 1963 por Pierre Boulle (advertencia: cualquier parecido con una obra de ciencia ficción dura es pura coincidencia).
Irónico es, en suma, que Charlton Heston, el héroe-villano que toda historia épica necesita y a quien tanto debe la carrera cinematográfica de Moore, no aparezca por ninguna parte…
“Esto prueba que hay poetas por todas partes, en todos los rincones del Cosmos…, y también bromistas”
Pierre Boulle. El planeta de los simios (1963).