Cualquier grupo cuyos miembros no sean capaces de escucharse ni mantener una comunicación respetuosa está condenado a disolverse entre rencores.
¿Pero qué se quiere decir cuando se habla de respeto? No resulta fácil saberlo, aunque todos tenemos nuestra propia idea de lo que no es, ya se trate de gente que nos ha resultado maleducada, descarada o incapaz de escuchar cuando hemos hablado con ella, o de la impresión que dan los debates políticos en televisión. Reconocemos la comunicación respetuosa cuando la vemos; de hecho, se basa en gran medida en el civismo. Merece la pena detenerse un instante en el civismo para valorar tanto su lado positivo como el negativo.
En cuanto a los aspectos menos positivos, entre los que se encuentran el exceso de cortesía, existe una tendencia a defender las relaciones de poder establecidas, y el civismo puede llegar a confundirse con la pasividad. Esto es contrario al ideal promovido por Transición de una sólida cultura basada en la sostenibilidad. Por ejemplo, en ciertas culturas sería incívico que las mujeres participasen en cualquier acto público o político.
En este sentido y con respecto a los avances históricos en los derechos de la mujer, Virginia Sapiro ha defendido que “las mujeres simplemente no tenían la posibilidad de hacer valer sus intereses en el ámbito político de una manera cívica”.7 Como dijo Michael Reagan, hijo del presidente norteamericano Ronald Reagan, “las revoluciones, después de todo, no pueden hacerse sin despeinarse y los revolucionarios no son precisamente célebres por respetar el protocolo”.8 Desde luego, es más fácil alcanzar un alto grado de civismo cuando la gente tiende a escucharse y a ponerse de acuerdo. Tal y como dice Sapiro, el civismo “es algo que no resulta fácil de conseguir en un contexto donde existen diferencias históricas y culturales, o donde la diferencia de estatus es marcada y la gente posee intereses distintos”.
Sin embargo, el civismo –o si se quiere, uno de sus aspectos más positivos: la comunicación respetuosa– es esencial en cualquier iniciativa de Transición. Una persona intolerante y maleducada puede llevar a abandonar a muchas personas y hacer imposible el progreso. La comunicación respetuosa se basa en tener presente las opiniones de los demás; tener presente la posibilidad de cambiar de punto de vista, no de aferrarse ciegamente a los propios argumentos por considerarlos los únicos correctos. Hay que tener presente que la forma de tratar a los demás tiene que partir de la claridad y la amabilidad.
El lenguaje corporal y la escucha atenta son determinantes. A nadie le gusta a hablar a otra persona que claramente no está dispuesta a escuchar. Escuchar con los brazos cruzados, mientras se pasea la mirada por la habitación y se está pensando en otra cosa no es realmente escuchar. Sin embargo, incorporarse en la silla, mostrarse atento, mantener la mirada en los ojos de la persona que habla y ofrecer una opinión al final facilitan el respeto mutuo y la cordialidad a la hora de reunirse y trabajar con los demás.
A la larga, esta actitud resulta más honesta, y aunque puede haber ocasiones que requieran una actitud incívica, especialmente en un contexto político, todos sabemos lo que se siente cuando nos sentimos respetados. Al ser escuchados nos sentimos bien, y nos sentimos frustrados al tratar con personas maleducadas e intolerantes. Si sabemos esto y lo tenemos presente, nuestro trabajo en Transición se verá beneficiado porque las personas con las que tratemos se sentirán de esta misma manera.
Valore y cultive la compasión y el respeto en todos los aspectos del trabajo de su iniciativa. Promueva la cordialidad y la comunicación respetuosa en las reuniones y en cualquier ámbito de la vida.
Algunos de las características de una escucha positiva. Extraído del World Café [http://theworldcafe.com]
- Escuchar lo que el hablante y está diciendo a partir el supuesto de que tiene algo importante y relevante que decir.
- Escuchar con el deseo de que lo dicho nos influya.
- Escuchar atentamente desde dónde habla cada persona, y valorar su punto de vista sin importar lo que difiera del propio como igualmente válido, al formar parte de una perspectiva más amplia, que uno solo no puede abarcar.
- Al hablar, procurar ser breves y claros; no acaparar el tiempo ni la atención.