Nuestro modelo de civilización basada en el crecimiento llega a su fin. Y el nuevo modelo, compatible con los límites de la Tierra, no está aún listo. Más que nunca, el activismo necesario para afrontar esta época crucial para el planeta y la humanidad exige realismo, madurez y serenidad. Establecer un modelo de reconciliación con el planeta y con nuestra mortalidad, explorando visiones escatológicas, puede ayudarnos en ello.
Monos insensatos
Somos unos simios contemplando en primera fila el colapso de nuestra civilización. Al borde del abismo y dispuestos a dar el paso. Monos incautos, caprichosos, déspotas, destrozones…
Todo se desmorona. La Covid-19 es una bonita primera pieza de dominó. A menos que demos un golpe de timón que vire 180 grados el rumbo de nuestra acomodada sociedad, seremos testigos y víctimas de una sucesión de catástrofes que en los próximos años irán estrechando poco a poco nuestra zona de confort vital: escasa comida y bebida, techo endeble, inseguridad creciente…
Nos ha tocado vivir el mayor cataclismo de la historia de la humanidad. Y a la mayoría de occidentales les pilla aislados en su vivienda, distraídos con imágenes emitidas por todo tipo de pantallas o, peor aún, atrapados en el Engendro, atenazados por la precariedad laboral y la ausencia de perspectivas. Sin esperanza.
Reconciliarse para atravesar mejor el desmoronamiento
El colapso que se avecina provoca intensas emociones: miedo, cólera, impotencia, tristeza…
Metabolizar esas emociones y evitar que nos suman en la parálisis es el gran reto de nuestra generación. Para ello es útil el modelo de las 4 Rs (Reconciliación, Resiliencia, Restauración y Recuperación) preconizado por Jem Bendell en su Agenda para la Adaptación Profunda. De las 4 Rs la más crucial sin duda es la Reconciliación. Reconciliarse con la propia mortalidad es una condición indispensable para llegar a desempeñar un papel útil durante el fin de nuestro mundo.
No queda más remedio que adentrarse en una noche oscura del alma y hacer las paces con nuestro terror a la muerte, que está en la base de nuestra ansiedad existencial. Es necesario establecer un modelo de reconciliación con el mundo y con nosotras mismas. Pero antes hay que plantear un par de preguntas.
¿Qué hacer? ¿Qué ser?
Estamos en el umbral de una nueva página de la historia de la humanidad y del planeta. No es imposible que el ser humano acabe extinguiéndose antes del final de este siglo. En el escenario más catastrófico es incluso posible que desaparezca la vida del planeta.
Ante esta tesitura cabe preguntarse cuál es la actitud que hay que adoptar. Algunos viven en la negación, otros en el hopium (neologismo anglosajón que combina opio y esperanza), otros comen y beben sabiendo que mañana morirán (Carpe Diem), otros reciclan, montan en bicicleta y renuncian a la carne, otros dedican su vida al activismo. Otros (Extinction Rebellion) están incluso dispuestos a sacrificar su libertad por la causa. Los más heroicos llegan a dar sus vidas en la defensa de los ecosistemas…
Ese amplio espectro de actitudes depende de cómo veamos el mundo. En ese sentido, sugiero leer el lúcido texto “Y tú qué vas a hacer” de Esther Molina, mi amiga y compañera de RedT, en el que menciona los tres escenarios que propone Joanna Macy.
¿Qué hacer? Ego y Activismo
La perspectiva es tan brutal que muchos días es fácil caer en el desánimo. Al fin y al cabo, sabemos que la entropía, segunda ley de la termodinámica, nos lleva de modo irreversible al caos y a la desintegración. Luchar contra ella puede parecer un empeño quijotesco, inútil, fútil. Hagamos lo que hagamos, la humanidad desaparecerá un día de la Tierra. Y luego se extinguirá toda la Vida. Y el Sol explotará y el Universo acabará siendo un lugar oscuro y silencioso. Hagamos lo que hagamos.
Y pese a ello, son muchos los que muestran su entrega y abnegación y dedican su vida a todo tipo de causas. Desde el oso de los Pirineos hasta los corales de Samoa. Y su vida es eso. Propulsados por una vocación de entrega, de implicación.
Pero algunos caen en el error de olvidar revisar con cierta frecuencia la intención que motiva ese activismo. En un reciente webinar sobre el ego de los activistas Charles Eisenstein hace una pregunta que se experimenta como la punta de una flecha bien afilada clavada de lleno en tu más hondo y personal trauma: ¿Serías capaz de sacrificar tu notoriedad, tu protagonismo en el esfuerzo de evitar que el planeta se vaya al garete? El único activismo posible debe brotar de un intenso amor a la Tierra y no de la satisfacción imposible de los traumas y carencias de tu temprana adolescencia.
¿Qué ser? Polvo estelar
Por ello, quizás la respuesta no esté tanto en Qué HACER sino más bien en Qué SER. Eso presupone que asumamos que somos polvo estelar; que no es que estemos en el Universo, sino que somos el Universo; que la Naturaleza no es algo que esté ahí afuera esperando que la explotemos, sino que la Naturaleza está dentro de nosotros, es nosotros.
¿Qué ser? Un tubo
Alan Watts sostenía en El Libro (The Book: On the Taboo Against Knowing Who You Are) que una manera de ver la realidad puede llevarte a creer que todo organismo es esencialmente un tubo. Uno de sus extremos sirve para introducir nutrientes y el otro para expulsar residuos. Inputs y Outputs.
Desde la más humilde lombriz al excelso simio que somos, ese tubo es la esencia de nuestra interacción con la Tierra. La evolución ha ido agregando al tubo distintas funciones (ojos, oídos, manos, cerebros) que mejoran la eficiencia transformadora del tubo, pero básicamente seguimos siendo un tubo.
Lo que nos diferencia del resto de los seres vivos es que nosotros podemos elegir qué consumimos y cómo nos deshacemos de nuestros residuos. Me viene en mente aquí uno de los Cinco Entrenamientos hacia la plena consciencia que propone el maestro Zen Thich Nhat Hanh: practicar la visión profunda en nuestra forma de utilizar los cuatro tipos de consumo: alimentos, impresiones sensoriales, volición y conciencia.
La civilización es un tubo
Lo que se aplica a un individuo, es también relevante para una civilización. Por un extremo del tubo de nuestra sociedad extraemos recursos de la naturaleza (madera, petróleo, minerales…) y por el otro extremo expulsamos residuos (CO2, micro-plásticos, …).
Tanto en el plano individual como en el colectivo es fundamental que la extracción de recursos y la expulsión de residuos se haga de forma compatible con los límites naturales. Y eso no es así, como sabemos ya desde el informe Limits to Growth del Club de Roma (1972) que nos advertía que nuestro modelo de crecimiento continuo nos lleva de cabeza al abismo.
Somos tubos en forma de simios
Sabemos muy bien qué somos, pero lo olvidamos continuamente. Somos un simio que se vio forzado a abandonar el bosque hace al menos unos cuatro millones de años y comenzó a adaptarse a la vida en la sabana en pequeños grupos, dando origen a la cultura. Por alguna razón ese simio se puso de pie y comenzó a usar sus manos, dando origen a la tecnología. Y su cerebro pasó en poco tiempo de 500 cm3 a 1500 cm3. Y, como dice Charles Eisenstein en The Ascent of Humanity, debido al desarrollo de la cultura y la tecnología ese simio comenzó a separarse de la naturaleza de la que había surgido.
Esa separación se aceleró brutalmente hace 10.000 años cuando el simio pasó de cazador-recolector nómada a ganadero-agricultor sedentario. Y la brecha con la naturaleza se hizo infranqueable hace unos 250 años cuando descubrimos la bestial capacidad de transformación que ofrecían los combustibles fósiles.
Somos muchos tubos
Hoy los humanos somos más de 7.500 millones de tubos. En términos absolutos, seguramente somos demasiados y el hábitat que ocupamos se lo quitamos a otras especies animales y vegetales. En un estudio sobre biomasa de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU se expone que los humanos somos ya el 36% de la biomasa de todos los mamíferos y el ganado que nos alimenta ocupa el 60% del total, lo que deja reducida la biomasa del resto de los mamíferos salvajes a un 4%.
Sí, somos muchos y nuestra capacidad de extracción y de contaminación supera ampliamente la capacidad de carga del planeta.
Sin embargo, no todos tenemos el mismo impacto. Sabemos que unos pocos millones en el mundo “desarrollado” depredan y ensucian más que los otros 7.000 millones, que a lo sumo calientan sus alubias y su arroz quemando ramas y troncos arrancados de la agonizante jungla que les trajo al mundo.
Y sin embargo, el “progreso” de nuestras sociedades desde los años 60 no ha mejorado la satisfacción vital de la mayoría de los habitantes del mundo rico. Viendo el otro día la película El gendarme de Saint-Tropez de Louis de Funès anhelo la calidad de vida de aquellos años sin teléfonos móviles ni compras online.
Visiones escatológicas: lo sagrado y lo profano
La escatología es la disciplina/ciencia/rama del saber que estudia el destino final del individuo y el universo, así como estudia al ser humano después de la muerte. La escatología fue uno de los temas centrales de la teología medieval, coincidiendo con otra de las grandes pandemias históricas (la peste bubónica).
Por otro lado, curiosamente, el término escatología tiene una segunda acepción como acto de analizar excrementos (heces). En su libro Confessions of a Recovering Environmentalist, el ex-activista Paul Kingsnorth esgrime que el váter moderno en el que a diario malgastamos litros y litros de agua limpia y perfectamente potable es la metáfora de todo lo que va mal en nuestra civilización.
Con el váter uno se quita cómodamente de encima sus excrementos y se olvida de a donde van a parar. Igual que uno no se preocupa del origen de los alimentos que tus intestinos han transformado, tampoco interesa saber qué pasa con esos residuos.
Para Kingsnorth compostar los excrementos es la nueva metáfora: de una sociedad lineal separada de la naturaleza a una sociedad cíclica en la que los procesos naturales reconvierten el excremento en nutriente. El tubo circular.
Visiones escatológicas: lo inefable y lo insondable
En septiembre de 2019 ahondé en la experiencia de la muerte en un retiro sobre ritos de paso para vivir y para morir. Los maravillosos Diana y Xavi de Transalquimia fueron los cálidos anfitriones de un seminario con Meredith Little. Allí comencé a experimentar que los ciclos de la tierra son el cauce que nos mece desde la cuna al hoyo; el tacto de las hojas, el perfume del humus, el sonido del arroyo, el calor de las piedras del bosque. Esa fue una entrada en materia que precedió a un retiro con Jem Bendell y Katie Carr sobre Deep Adaptation. Profundo. Y de ahí pasé a una convalecencia causada por una afección pulmonar. Durante la cual comenzó el final de la vida de mi madre. La Muerte con M.
Reconciliarse con la Muerte
Sabemos poco sobre la Muerte. Y, sin embargo, la literatura sobre la muerte es extensa e intensa. El “Rechazo de la muerte” (The Denial of Death) de Ernest Becker es una buena guía para adentrase en la noche oscura y comprender los mecanismos que usamos para controlar nuestro terror ante la muerte (Terror Management Theory). En ese libro, Becker plantea – entre muchas otras impresiones sobre la muerte – cómo conciliar la dualidad del ser humano: por un lado, somos seres exquisitos, capaces de crear poesía, de dar la vida por amor, de comprender los misterios del universo.
Pero por otro lado somos animales, fisiológicamente indistinguibles de otros mamíferos, sometidos a las mismas leyes de supervivencia. Becker resume esta dualidad de forma brutal: Somos dioses con ano. Dioses que defecan. Dioses-gusano.
¿Esperanza en la desesperanza? Un modelo de (re)conciliación
La esperanza, si hay alguna, es que un número creciente de nosotros desea volver al bosque que abandonamos hace unos 4 millones de años. Que desea volver a convivir en grupos de no más de 150 personas, lo que corresponde, según escribe Robin Dunbar en Grooming, gossip and the origin of language, al tamaño “natural” del grupo humano. Que percibe la naturaleza como algo sagrado, que suscita respeto, conexión y amor. La experiencia del movimiento de Transición, que acoge esta necesidad de reconectar con un modo de vida más sencillo desde el ámbito personal (transición interior) hasta la reconstrucción de la resiliencia de las comunidades, puede facilitar ese retorno. Porque hablamos de un retorno, no de una huida.
Hay mucho por hacer para restablecer el equilibrio que comenzamos a perturbar cuando golpeamos por primera vez con una piedra sobre un fémur de un rumiante muerto para sorber su médula. Y quizás lo primero y más importante para ello sea aceptar las reglas y los limites inexorables de la vida en este planeta. Con un poco de tecnología para atenuar la dureza de esa realidad, pero sin olvidar nuestro origen tubular ni nuestro horizonte escatológico. Pasar frío cuando hace frio; pasar hambre cuando no hay alimentos; morir mucho antes de la vejez. Esa es la Esperanza.